Podríamos decir que Sayonara Wild Hearts es muchas cosas. En primer lugar, y por supuesto, es un videojuego maravilloso. Uno que toma influencias de aquí y de allá, y que constantemente arroja nuevas ideas para convertirse en un producto que difícilmente puede clasificarse en ningún género. Por otro lado, y como muchos antes que yo ya han sentenciado, es un álbum de pop electrónico todavía mejor. Cada una de las fases del título es algo así como el videoclip del tema que lo acompaña, y esto hace que, cuando su jugabilidad se combina con los sintetizadores ochenteros que marcan el compás de su banda sonora, la sinestesia resultante sea pura magia. Por momentos resulta complicado saber si estas canciones se compusieron para adaptarse a los niveles, creados previamente, o si por el contrario fueron las secciones jugables las que se diseñaron para sincronizarse con la música de Daniel Olsén. Pero que toda esta palabrería y pomposidad no nos distraiga del punto principal, puesto que Sayonara Wild Hearts es, por encima de todo lo demás, el mensaje que quiere transmitirnos.

Para comprender lo que Sayonara Wild Hearts busca contarnos, lo primero, creo, es empezar por entender su título. Sayonara es una palabra japonesa que se utiliza para despedirse de alguien a quien no vas a volver a ver nunca más. Un adiós definitivo que, aunque puede emplearse en situaciones donde hay poca confianza, lo más habitual es escucharlo en connotación de ruptura o pelea. Por otro lado, los wild hearts son, traduciendo literalmente, los corazones salvajes. Aquellas almas que han sufrido, pero que han sobrevivido a su lucha. Que han pasado por un gran dolor emocional, pero que su corazón todavía quiere amar y sentirse libre. Por tanto, lo que introduce este nombre, y la situación en la que nos predispone, es la rendición, darse por vencido ante la (aparente) imposibilidad de superar una experiencia desoladora.

La protagonista del juego —apodada The Fool por el mismo título en consonancia con sus constantes alusiones al tarot— comienza la historia tendida en su cama, dolida y con el corazón roto. Parece haberse despedido para siempre de la posibilidad de salir de ese pozo, cuando una extraña mariposa de luz entra por la ventana, poniendo su mundo literalmente del revés y consiguiendo así que inicie su viaje. Si bien es cierto que no me atrevería a dar un significado rotundo al lepidóptero luminoso (la obra también busca que interpretemos sus metáforas en función de nuestras vivencias), lo que sí está claro es que es gracias a este fantástico ser que la chica consigue dar el primer paso. Una primera huella en el camino que la llevará a superar la ruptura con Little Death, su expareja, enfrentando durante el proceso a representaciones de las fases del duelo y de su sufrimiento.

La primera parada en su viaje y la primera simbología es un grupo de moteras, las Dancing Devils, que escenifican la negación. La protagonista se encuentra en una situación donde pretende negar el peso de la ruptura, quitarle importancia, y esto se refleja en la ciudad donde ocurren estos sucesos, que es bonita y vibrante, y con ritmos especialmente animados. Sin embargo, al llegar al final de este mundo y plantar cara a las Dancing Devils, la pieza que acompaña este enfrentamiento, Begin Again, nos cuenta que nada de esto era, en realidad, cierto. Aquí, nuestra heroína intenta olvidar todos los recuerdos de su romance y el dolor que le causa haberlo perdido. Se siente débil por echar de menos incluso los últimos instantes de relación, durante la ruptura, y por no ser capaz empezar de nuevoAs you hold me so close, in your arms I just know it’s the last time, and I’m strangely alright»). A medida que avanza la canción, vemos cómo la ciudad amable se resquebraja, y del hueco que se forma entre sus partes aparece el camino hacia la siguiente zona, una especie de bosque angosto y oscuro que representa también la siguiente fase del duelo: la ira.

En esta espesura, The Fool se encuentra con las Howling Moons, la siguiente banda a la que debe enfrentarse y, mientras las persigue, recorre escenarios oscuros, complicados y llenos de obstáculos. El encierro en pensamientos negativos e incluso el tonteo con sustancias psicotrópicas (como parece indicar de forma bastante clara el nivel Forest Dub) la llevan a sentirse vulnerable, como si todo a su alrededor quisiera dañarla, y eso hace que se vuelva violenta. Toda la indefensión y soledad que siente y la agresividad en la que canaliza estos sentimientos se muestran en Death of Night, el enfrentamiento final contra las Howlling Moons, donde estas se transforman en una especie de mecha-lobo gigante —un paralelismo especialmente gráfico, debo decir—.

Si conseguimos sobrevivir a la espiral de rabia que representa esa arboleda, terminamos llegando de nuevo a una ciudad, pero en este caso, una que representa la negociación (no económica, sino emocional). The Fool se encuentra en el comienzo de una recuperación, donde una parte de ella quiere pasar página, pero lo hace a través de un planteamiento erróneo. Siente envidia porque Little Death haya superado la situación tan pronto, y desea hacer lo mismo, pero se siente incapaz. Nuestra querida heroína lucha, negociando consigo misma, a pesar de que, tal y como narra la letra de Mine, los celos y la envidia parecen apoderarse de ella («Won’t you be my lovely liar? You’re the story I desire. It doesn’t matter if it’s fake, I love to own for owning’s sake»). Tal vez su exnovia ha encontrado una nueva pareja, y este tramo del viaje muestra sus sentimientos de impotencia y resentimiento, la forma más tóxica de echar de menos a alguien que aún queremos. La dualidad emocional, el debate interno, e incluso alguna relación que utiliza como parche para intentar tapar ese tremendo agujero, se vuelven corpóreos en forma de las Stereo Lovers, dos partes de un mismo ser que, en los niveles que aparecen, transportan a la protagonista entre dos realidades paralelas, aunque coexistentes.

Al final, esta rueda de negatividad termina colapsando, y así, nuestra protagonista enmascarada se sumerge en lo más hondo de sí misma. Decide encerrarse, tanto física como emocionalmente, de forma que la tristeza y el aislamiento la llevan a la depresión. Acude en busca de consuelo a aquellas cosas que tiempo atrás la reconfortaban, como los videojuegos, solo para descubrir que esquivar sus problemas no hace que desaparezcan. Fruto de esa frustración y de la ansiedad social nace Hermit 64, que en su nombre representa claramente el jugar para aislarse de todo. La canción que suena durante el enfrentamiento contra esta solitaria rival, The World We Knew, es un primer fogonazo de sinceridad de The Fool hacia ella misma, donde empieza a aceptar realmente la situación. Se da cuenta de que estaba enfocándolo todo de una forma equivocada y de que ella realmente quiere volver a empezar de nuevo, pero es más complicado decirlo que hacerlo(«They say begin again, but I’ll take any fragments I can find. They say begin again, but I’ll treasure any fragments left behind»). Sin embargo, por primera vez es sincera consigo misma, y esto marca un punto de inflexión en la narrativa de Sayonara Wild Hearts.

Como la mayoría imaginaréis, la última parada en este proceso debería ser la aceptación, la última de las fases del duelo, y con la que se cierra el ciclo. Sin embargo, en este punto la motera del antifaz todavía no puede enfrentarse a ese desafío, no está preparada. Primero tiene que afrontar la fuente de su resentimiento para librarse de él y poder superar la ruptura de forma sana y definitiva. Antes de llegar a la aceptación, The Fool se enfrenta al propio recuerdo de Little Death. Inside, la canción que acompaña este momento, nos explica cómo la protagonista decide arreglar las cosas con su exnovia de una vez por todas, decirle todo aquello que tenía guardado en el interior («But the right words never come, it all comes out silly-dumb. And all the things I need to say, and all the big words seem to stay on the inside»). Y tras hacerlo, en paz al fin, la chica puede enfrentarse a la aceptación. Pero sorprendentemente, la representación de la última fase del duelo no tiene forma humana, sino más bien de un ojo gigante. Y esto es así porque Eye of Death, que así se llama esta especie de jefe final, simboliza la mirada introspectiva de nosotros hacia nosotros. Es ese ojo demoníaco con el que nos miramos fijamente y nos vemos minúsculos, insignificantes e incapaces. Con el que nos juzgamos, incluso odiamos, por tener complejos y sentir depende qué emociones. En realidad, muchas veces la mirada que nos menosprecia es la propia, y es esa la que nos impide aceptar la realidad y nos lleva por el sendero del sufrimiento. Él ha sido siempre el auténtico villano de esta historia.

Tras derrotar a Eye of Death, y mientras suena Wild Hearts Never Die, The Fool vuelve a encontrarse con todas las personificaciones de las fases que ha superado a lo largo de su viaje. Esta vez, sin embargo, cuando la protagonista se dispone a darles el golpe de gracia, en vez de soltarles un puñetazo les da un beso a modo de perdón. Con esta muestra de afecto, el juego nos hace ver que aquellas figuras siempre han formado parte de nosotros, y que el secreto para avanzar no reside en derrotarlas, sino en aceptarlas. Está bien ser como somos y está bien no estar bien en ocasiones. Las personas no somos entes huecos. Sentimos y padecemos, y hay que aceptar que es imposible estar siempre felices. Durante la vida pasaremos por etapas que nos harán sentir mal, pero no debemos odiarnos por ello. No hay por qué preocuparse. Si nos sentimos mal, no lo ocultemos, y necesitamos llorar, hagámoslo, porque todo eso también forma parte de nosotros.

Sayonara Wild Hearts no nos dice lo que queremos oír, no nos da la razón cuando afirmamos que el camino va a ser fácil y corto, no. Los cambios requieren tiempo para asimilarse, y esa transición seguramente nos dolerá. Pero lo bonito de este juego es que, mientras nos recuerda esta lección, nos abraza y nos pide que por favor recordemos cuidarnos y valorarnos. Que aprendamos a aceptarnos con nuestros más y nuestros menos, y que sobre todo nos queramos. Sayonara Wild Hearts será muchas cosas, pero es, por encima de todas las demás, un canto a la aceptación y al amor propio.

Américo Ferraiuolo

Ambientólogo, camarero, y videojuerguista en porcentajes todavía por establecer. En un estado difsuso entre lo emo y lo hipster. Me encantan los cómics de autor, los insectos, My Chemical Romance y el café ardiendo. Escribo y juego tumbado, normalmente desde Barcelona.

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