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Como al que le empiezan a asomar las muelas del juicio o a quien le aparece la primera cana, me he pasado Outer Wilds. Este se ha convertido en una especie de suceso biológico que todo el mundo acaba experimentando. El que lo conoce va a contar su existencia y a recomendarlo muy fuerte, recalcando que enfrentarse a él debe hacerse sin conocer nada sobre su trama o de lo que va. En este texto no hablaré de él pixel por pixel, pero me he bautizado en el OuterWildismo, y, por lo tanto, yo también recomiendo cerrar Gameno o leer otro artículo si hay hambre de letras y volver aquí cuando se haya completado. Por otra parte, nunca he sido de decir Deberías jugar a tal juego a no ser que conozca bien a la persona y crea que le pueda gustar. Vete tú a saber cada une. Pero sí puedo exponer sin que me tiemblen los dedos al teclear que Outer Wilds tiene la capacidad de no dejar indiferente a nadie. Apunta muy hondo y suele acertar. A ti que vives y formas parte de este suceder de historias de La Tierra y el Universo, tiene algo que contarte.

Último aviso, tenéis un salto de párrafo para pensaros mejor si continuar leyendo. Os espero al otro lado.

De nuevo, el título de Mobius Digital toca muchísimos puntos, casi tantos como con los que resonemos o consigamos destilar. Si me retaran a resumir su mensaje no podría. Me faltan conocimientos de muchas disciplinas para intentar ahondar en todo su esplendor, y aún si los tuviese, tendría que atreverme a indagar tan hondo en mí mismo que no veo con claridad. Sabe emocionar e implicarnos con cada nueva pincelada que traza. Si bien es cierto que los primeros pasos pueden ser confusos como para replantearnos si continuar, una vez nos atrapa, es difícil no llevarte sus enigmas a la cama, a comer techo, tanto los lógicos como los subyacentes. Porque, aunque los lumbreanos tengan 4 ojos y las orejas de Jak, es el juego más existencialista y humano que he experimentado, y hasta donde llega mi comprensión, he vislumbrado un par de claves de cómo logra apelar a temas tan nuestros mientras hablamos con alienígenas y viajamos en el tiempo. Nada nuevo, Final Fantasy IX consigue que empaticemos con un mago negro cuyo rostro lo forman dos grandes ojos amarillos —te quiero, Vivi—. Outer Wilds no va de personajes, si no de humanidad, de ser una parte del todo no como individuo, si no como civilización. Vayamos al grano, porque me puedo tirar así un buen rato y no sé si lograría explicarme.

Los primeros momentos son significativos para dimensionar con que actitud vamos a afrontar el resto del viaje. Despertamos junto a una hoguera sin saber nada. No vemos ni una introducción con cinemática que aclare y nos ubique los próximos objetivos. Junto al fuego, Launa está calentando un malvavisco trinchado en un palo. Nos pregunta cómo nos sentimos a pocos minutos de abandonar el planeta por primera vez y nos insta a, además de conseguir los códigos de lanzamiento, despedirnos de los demás habitantes de la aldea. Así, conocemos a varios vecinos. Estos, a la vez que se dirigen a nosotres con confianza —al fin y al cabo, el pueblo cuenta con alrededor de diez casas y suponemos que hemos vivido allí toda nuestra vida—, nos enseñan a utilizar las mecánicas que emplearemos más adelante. Este comienzo, en su superficie sirve como tutorial de cualquier videojuego, pero a su vez está situándonos en su universo. Los lumbreanos nos comentan el pique de une con otro. Nos hablan de qué rico está el licor local y de la manía que le tiene une de ellos a un árbol. Todos somos locales, miembros de la misma comunidad. Y todos ellos, al referirse al espacio exterior lo hacen maravillados, ansiosos de conocer que hubo, hay y habrá más allá de la atmósfera. Desde el primer momento se nos transmite que la importancia de ser astronauta no es solopor ser de los pocos que lo logran, también por lo que representa para todos como avance de una civilización, un hito en su historia. Se habla de lo maravilloso de compartir historias vecinales y, a su vez, del logro que ha supuesto aterrizar en otro astro. Nos instan a indagar en lo mundano y en lo increíble que es dejar tu tierra para marchar hacia lugares quizá nunca antes explorados.

Comentaba que los primeros compases también hacen las de tutorial. Durante el juego usamos artilugios vitales tanto para nuestro propósito como para sobrevivir. Estos se nos explican de manera práctica y siempre con un compi al lado para introducirlos y aclarar las dudas que tengamos sobre ellos, pero no como un manual de instrucciones. En nuestro viaje por el sistema vamos a tener que experimentar y abrir la mente con herramientas con un uso muy definido, así que el título se esfuerza en sembrar en nosotros esa curiosidad. De la misma forma que los lumbreanos se sienten maravillados por el espacio exterior, se enorgullecen y se divierten de cómo han aprovechado los conocimientos sobre lo que les rodea para inventar equipos que les ayuden a explorarlo. Me recuerda a cuando éramos niñes y acudimos a las primeras clases de tecnología. No construíamos un circuito cerrado con un interruptor y un punto de luz. El descubrir cómo funciona la luminaria de nuestra casa hacía que construir un circuito cerrado con un interruptor y un punto de luz fuese divertido como un juguete. Averiguar por primera vez cómo funcionan reglas que forman parte del día a día era, y es, fascinante, y en Outer Wilds nos enseñan estos instrumentos de manera que es fácil plantearse hasta donde se puede llegar si experimentamos con ellos.

Por último, en lo que respecta a las herramientas lumbreanas no apelando a la ciencia ficción futurista como suele ser la costumbre, es que podemos identificar los materiales que lo componen, haciendo así que sintamos su mensaje más cercano. Reconocemos metales, maderas y telas tanto en el localizador de ondas como en la propia nave. Sí, es inverosímil que el programa espacial de un planeta se sustente en el catálogo del IKEA, pero no intenta ocultar nada. Al revés, hace de la torpeza de los artilugios y su composición un chiste que funciona cada vez que se repite cuando morimos de forma absurda en el cosmos. Acabando con lo que a lo físico se refiere, quizá la parte más relevante para sentir verosímil el juego es que los sistemas que nos muestran en su comienzo funcionan. El ejemplo más manido, y sirve, es el de TLOZ: Breath of the Wild y cómo sus engranajes funcionan cuando los juntas en cualquier orden. La lluvia apaga el fuego, los objetos metálicos conducen la electricidad, etc. En el museo de Outer Wilds, a las primeras de cambio nos presentan la mayoría de mecánicas que nos van a acompañar en su duración, y somos nosotres como observadores los que sacamos conclusiones. Por ejemplificar un caso, leemos en un cartel que los cristales morados atraen todo a su alrededor, de manera que, si hay un cristal en el techo podremos caminar boca abajo. Después, entramos en la nave, observamos que hay gravedad y es satisfactorio cuando hilamos conceptos y vemos uno de esos cristalinos gravitatorios en el interior del vehículo.

Con estas nociones aprendidas, toca abandonar el planeta. Vamos hacia la cabina, encendemos propulsores y despegamos. Tantos avances científicos dependiendo de un par de gestos con la mano. Con los astros rodeándonos y perdiendo de vista nuestra aldea, entra la música. En principio unos sintetizadores envolventes a los que Hans Zimmer en Interestelar, Dune y demás pelis del espacio nos han acostumbrado. Pero poco a poco reconocemos otro instrumento mucho más familiar. Durante los paseos por Lumbre, de vez en cuando suena una tonadilla interpretada por un banjo —Timber Hearth, temazo—, que acompaña a la perfección a los hogareños, al pueblo y a los árboles que lo rodean. Ahora, en el lugar más solitario de todos, rodeades de planetas gigantes en los que probablemente no haya nadie, sentimos el peso de la hazaña que estamos ejecutando. No somos otro 4 ojos de piel verde, llevamos con nosotres el códice de quienes nos han precedido. Su arte, tecnología, costumbres y hasta sus alimentos. Es increíble viajar a las estrellas porque llevas tu cultura, quien eres, contigo. Así, Outer Wilds enlaza lo fantástico con lo mundano. Con un banjo y una melodía que nos va a acompañar durante todo el viaje, también cuando apagamos la consola. El título nos enseña que, por muy recóndito, por muy hondo que escarbemos en nosotres, por muy oscuro que esté, tenemos a mano un señaloscopio que nos permite oír las canciones de los demás. Que nunca nos alejaremos lo suficiente como para dejar de oírnos les unes a les otres y que cuando todo acabe, el conjunto, la canción —la propia y la que nunca paramos de interpretar entre todes—, perdurará mucho más tiempo del que podemos entender. Outer Wilds apunta a la ficción con un mensaje humanizador, abrazando tanto la vida como la muerte, y dice que cuando esta llegue, el equipaje, el trayecto y les compañeres habrán hecho que sea único. No hace falta viajar al cosmos para estar en compañía de las estrellas.

Kenny Barranco

A veces informático, otras guitarrista. Calvo a tiempo completo. Me flipa el punk rock y las fabes asturianas, pero todavía no he probado a mezclar las dos cosas. Jugador a veces de sofá, otras de silla y escritorio, pero jugador al fin y al cabo.

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