

«Buscas gameno.es y ya te sale». Sin duda, esa es una de las frases que más he repetido este último año. De hecho, si habéis cruzado palabras conmigo en algún momento durante los meses más recientes, es muy probable que, de un modo u otro, me las apañase para secuestrar la conversación y poder embutir en ella esa dirección web. Os pido perdón a todos, mea culpa. Incluso ahora, escribiendo estas mismas líneas, vuelvo a mencionar esta url que, aunque algo tiene que ver con el tema del texto, no es del todo correcto citarla. Porque, aunque es cierto que estamos de celebración, hoy no es el aniversario de gameno.es. Ese será el 26 de octubre, y tened por seguro que ya me las apañaré para recordároslo. Hoy, 5 de mayo de 2021, se cumple un año desde la creación de Gameno, un blog dedicado a la crítica cultural de videojuegos que vio la luz por primera vez en una dirección bastante menos glamurosa.
Y, de nuevo, sigo hablando imprecisiones. Me disculpo una vez más. Lo cierto es que, si bien hace justo un año publicamos el primer artículo en esta nuestra web y la presentamos públicamente, ese mismo dominio, al igual que el nombre del blog e incluso la misma idea de Gameno llevaban ya un tiempo existiendo. Todavía recuerdo las tardes de Discord con Kenny decidiendo si decantarnos por WordPress o Wix y, poco después, las horas invertidas en el editor de webs intentando obtener una página de inicio presentable. También recuerdo como si fuese ayer la noche en la que, jugando al Farm Together al poco de estallar la pandemia, dimos con el nombre perfecto para el proyecto que estábamos a punto de iniciar —para los curiosos, juntamos nuestros respectivos apodos, Ame y Keno, y en un momento álgido de creatividad le pusimos una G al principio para denotar que hablamos de jueguitos e intentar darle un toque guay—. Y, por supuesto, soy incapaz de olvidar el sentimiento de fascinación que no pocas veces he sentido con un mando entre las manos, y la necesidad inextinguible de devolverle al medio una ínfima parte de todo lo que me ha dado. Aunque para llegar ahí, primero deberíamos rebobinar un poco.
No sé exactamente cuál fue mi primer contacto con la ficción interactiva. Seguramente algún punto durante el verano en que mis primos del pueblo se compraron la PlayStation con el Crash Bandicoot 2 y en que una compañera de clase me enseñó la Game Boy de su padre con un juego de las Tortugas Ninja. Lo que sí recuerdo de forma cristalina es la primera consola que fue indiscutiblemente mía, una Game Boy Advance que mi padre trajo un día de dios sabe dónde, y mi primer juego, el Hamtaro: Ham Ham Heartbreak. Unos años más tarde me hice con una PlayStation 2 juntando los ahorros de Navidad y mi cumpleaños, e incluso terminé haciendo la comunión chantajeado con una suculenta PSP. Crash Bandicoot, Jak & Daxter, Sly Cooper, Kingdom Hearts, Ratchet & Clank… Durante aquellos años descubrí sagas que me hicieron enamorarme del medio y que aún a día de hoy conservo como preferidas personales y referencias absolutas.





Pero el tiempo pasa, y una vez entré en la adolescencia, mi relación con los videojuegos empezó a complicarse. Tal y como explica el gran Enrique Alonso en su aclamado vídeo, «ya no quería ser un bicho raro, algo tenía que cambiar […], yo también creí que la culpa era de los videojuegos, y por eso los abandoné del todo». Siempre he sido una persona muy influenciable, y como a mis amigos de aquél entonces les iba la música, decidí limitar mi personalidad a tocar la guitarra y montar un grupo con ellos. Ahora lo pienso y me siento la persona menos madura del mundo por haber actuado así, pero en el momento pensaba que ese era el camino. Que para molar y ser mayor había que dejar atrás todo aquello que hacías de pequeño, y eso incluyó guardar todas mis consolas en un cajón bajo la cama y dejarlas allí durante años.
Tras varios conciertos y alguna pelea acalorada el grupo se disolvió, terminando también con la amistad de sus integrantes. Solo y cabreado con el mundo, decidí que montaría mi propia banda, pero ante mi incapacidad para lograrlo acudí a internet en busca de ayuda. Una vez allí, debo admitir que los grupos de Facebook para conocer a músicos derivaron rápidamente en la procrastinación absoluta ante YouTube. Y fue en esa plataforma, una tarde como otra cualquiera, donde el algoritmo decidió presentarme una voz: la de Borja Pavón. Entre bromas del gatete Flurflins y doblajes tremendamente divertidos encontré recomendaciones de videojuegos fascinantes que ni sabía que existían, y fueron estas las que me llevaron a abrir el que hasta ese momento había sido el cajón de la vergüenza. Desempolvé mis antiguas consolas y volví queriendo recuperar el tiempo perdido, esperando encontrarlo todo tal y como lo dejé.
Pero lo cierto es que las cosas sí habían cambiado. Ahora, a través de esos primeros tops de Borja, había conocido el resto del canal de Eurogamer, y de allí poco había tardado en rebotar a otros críticos como Dayo o Lynx Reviewer. Además, con el tiempo también empecé a visitar webs como Anait, y también poco a poco me aficioné a escuchar las acarameladas voces de Antihype y el Reload. Todas estas referencias me abrieron la mente y educaron mi forma de concebir los videojuegos, demostrándome que en ellos se podía encontrar muchísimo más de lo que yo había visto hasta el momento. Aunque no conocía la mayoría de títulos que mencionaban, me fascinó la pasión con la que hablaban de ellos, y decidí que yo también quería aportar a esas conversaciones. Yo también quería ser una persona tan interesante como aquellas voces que me hablaban de los videojuegos como arte. Y así, con admiración, respeto, y una expresión escrita que más parecía la de un niño de tercero de primaria, empecé a publicar mis humildes cartas de amor.




Tras experiencias de todo tipo publicando mis movidas aquí y allá, terminé dando con alguien que vibraba en mi misma longitud de onda. Dios nos crea y el viento nos amontona, supongo. A partir de aquí, las conversaciones ocasionales y medio en broma sobre lo que molaría tener una web se fueron volviendo cada vez más recurrentes y conscientes. ¿Y el resultado de todo aquello? Bueno, estáis ante él. La semilla había estado ahí siempre, solamente estaba esperando a las condiciones perfectas para germinar.

Después de este turbulento viaje, veo el lugar al que hemos llegado un año más tarde y soy incapaz de aflojar el nudo que se me forma en la garganta. Tras este primer año, Gameno aloja textos de los que me siento tremendamente satisfecho y que nunca habría creído que alguien como yo pudiese llegar a escribir. Tenemos un podcast, y gente que disfruta colaborando con nosotros tanto en las ondas como a golpe de tecla. Alrededor de nuestro Twitter, además, se ha formado una maravillosa comunidad de lectores que nos apoyan y nos animan a continuar mejorando. Os juro por dios que muy pocas sensaciones son tan gratificantes como publicar un artículo donde te has volcado por completo y recibir la enhorabuena de aquellos a quien respetas y admitas. Para todos vosotros, estéis leyendo o no esta pequeña dedicatoria, os envío el abrazo más sincero y las gracias con más emoción que soy capaz de articular.
Ahora, si tecleas G-A-M-E-N-O ante una pestaña de Google y pulsas intro, el primer resultado que aparece es nuestra web, un hallazgo que en el presente me sigue erizando la piel como la primera vez que lo vi. Gameno también se ha vuelto una gran ayuda para ayudarme a lidiar con la ansiedad, y un ejercicio que (todavía hoy) me está sirviendo para aprender a tomarme las cosas con calma. No presionarme ante un texto que se encalla y no olvidarme de controlar la respiración —gracias, Kenny—. Por último, Gameno ha buscado desde su primer día ser el sitio donde sentirnos cómodos siendo nosotros mismos, y ahora, viéndolo con algo de perspectiva, puedo decir sin dudarlo que me siento tremendamente orgulloso de que lo hayamos conseguido.
Pero después de toda esta verborrea y grandilocuencia, en el fondo, me gusta seguir pensando que la mejor definición de Gameno es exactamente aquello que originó su nombre. Es la unión de dos amigos, Américo y Kenny, y es un lugar donde hablan de jueguitos e intentan tener un toque guay. Es su lugar. Uno que hoy cumple un año, pero que siempre había estado dentro suyo, y uno que si buscas gameno.es, ya te sale.