
Hoy me he pasado toda la tarde delante del ordenador, con un documento de Word abierto lleno de posibles comienzos para un artículo sobre Tetris Effect. Todos mediocres, alguno incluso rozando lo catastrófico. «A la mierda, hoy no es mi día». Cierro el programa y borro el archivo. La imagen del escritor arrugando folios y lanzándolos a una montaña de bolas de papel se repite, un pelín actualizada. Decido que debería jugar a algo para despejarme, porque llevo un día desastroso, de modo que repaso los iconos del escritorio. ¿Nuclear Throne? Molaría, pero no me funciona el botón derecho del ratón. ¿Night in the Woods? Pasando, no creo estar en el estado anímico adecuado. ¿Gun Rounds? Meh, simplemente no me apetece. Bandera blanca, me rindo, así que me tumbo en la cama y le doy al aleatorio de Spotify. Tras un rato comiendo techo, empieza a sonar en mis auriculares Copacetic, una canción de la banda sonora de Kind Words. Entonces arqueo una ceja y pienso «bueno, por probar que no quede». Remolón, me levanto, vuelvo a la silla ante la pantalla para iniciar el juego y, mientras publico en unas pocas líneas la frustración que siento, me recibe la misma canción que me ha sacado del trance hace unos minutos. No pasa mucho rato hasta que el título hace su magia y, con el alivio de quien por fin se siente comprendido, pienso: joder, todo el mundo debería conocer este juego.
En su momento, hará más o menos un año, compré Kind Words (lo fi chill beats to write to), en parte porque me gustó la idea del proyecto y quise apoyarlo, pero también porque pensé que me vendría guay. Ya sabéis, esa clase de lugar donde entrar, vomitar mis preocupaciones para desahogarme y pirarme, y con un poco de suerte salir de allí sintiendo que me he quitado un peso de encima, me resultaba atractiva. Pero, como sabrán todos los que alguna vez hayan iniciado la obra de Popcannibal, ese no es ni mucho menos su uso. Es decir, sí, claro, puede utilizarse así, pero de la misma forma que un libro puede usarse para calzar un sofá. Funciona guay, pero no está hecho para eso y es, en realidad, una forma bastante vulgar de desaprovechar su potencial.
Como dicen los ingleses, first things first. Desde el primerísimo momento, Kind Words se nos introduce como una zona segura. Un lugar donde abrirnos y expresar nuestras preocupaciones, inseguridades, o simplemente nuestros sentimientos, sin la amenaza de la mirada ajena ni el miedo a ser juzgados. De forma totalmente anónima, podemos escribir una pequeña carta que contenga esos pensamientos, y un ciervo la mar de majo se encargará de hacerla llegar al resto de jugadores para que la lean. Esta idea, de por sí, mola, porque sincerarse es necesario, pero a veces es complicado encontrar a alguien con quien hacerlo. Sin embargo, si Kind Words solamente se quedase ahí, en un espacio al que acudir para espetar lo que nos corroe por dentro y luego a otra cosa mariposa, no creo que hubiese llegado demasiado lejos. Y esto es así porque si nos sentimos mejor al desahogarnos no es tanto por decir las cosas como por decírselas a alguien. A alguien que quiera escucharnos. Dicho de otro modo, el secreto reside más en el receptor que en el emisor, pero por encima de todo se encuentra en la interacción entre ambos.

Ya lo decía aquella canción: ayúdame y te habré ayudado. Tender la mano a los demás y dedicarles unas palabras bonitas puede hacernos mucho bien, y tanto Kind Words como su comunidad saben esto. Por eso, una vez dentro, el juego se plantea como una plataforma donde ayudar a los demás tanto como una a la que acudir en busca de ayuda. La obra no solo nos ofrece la opción de contestar a las pequeñas notitas que recibimos de otros jugadores, sino que remarca esta acción sobre la de enviar nuestras propias requests. Esto lo hace con pequeños detalles como que la bandeja de entrada es lo primero que nos aparece al entrar en el juego (de modo que sí o sí nos topamos con, al menos, un escrito anónimo), u ofreciendo el doble de líneas para responder que para escribir una carta. Así, desde el comienzo nos sentimos cómodos y motivados por revisar los mensajes de aquellos que han querido abrirse, ponerles un comentario repleto de buenas vibras, y puede que adjuntar al final una pegatina gracioseta de un pez con pantalones. Porque joé, ser amable con la gente sienta bien.
El resto de jugadores, por su parte, también vibran en esta misma longitud de onda. En sus respuestas, algunos intentan proponer soluciones, otros simplemente mandan apoyo, y algunos responden para hacernos saber que se encuentran en una situación similar, y que nuestro mensaje les ha ayudado a sentirse menos solos, esperando que el suyo haga lo mismo por nosotros, estimados desconocidos. ¿El punto de unión? Que todos responden de corazón. Al final, estos pequeños encuentros fortuitos son como una mirada de complicidad entre dos absolutos desconocidos por la calle, o como aquél tipo random que intenta animarte un poco cuando estás de bajón en una fiesta. Una interacción pura y finita entre extraños, pues tras contestar a una carta, el juego no permite continuar la conversación. Como mucho podemos darle las gracias con un sticker, pero ya está. C’est fini.

Existe algún otro detallito, como la posibilidad de enviar un mini-comentario al mundo y que aparezca en la pantalla de todos los que estén conectados en forma de avioncito de papel —«todo irá bien», «recuerda beber agua», «quiero compartir tal canción con vosotros», etc.—, pero en esencia, Kind Words es eso, una experiencia acotada y más sencilla que la tabla del uno. Y lo digo como algo positivo, porque eso ayuda a que sea un lugar donde todo el mundo está invitado a entrar. Reduce sus mecánicas y su interfaz a la máxima sencillez posible porque quiere que todo el mundo pueda formar parte de su comunidad, una cosa especialmente importante ahora que tanta gente se encuentra encerrada en su casa delante del ordenador. A raíz de confinamientos, toques de queda y tantos otros conceptos que ahora forman parte de nuestro día a día, nuevas preocupaciones afloran constantemente, y sin pretender insinuar que adquirir este juego sea la solución definitiva, sí creo que puede ser positivo sentirse menos solo y más comprendido.
Durante el texto he evitado decir que el juego pretenda animar o poner de buen humor al jugador, porque tampoco me parece que ese sea especialmente su objetivo. Creo que todos los detallitos que forman su atmosfera, desde sus ritmos lo-fi hasta su amabilísimo apartado artístico, van dirigidos a hacernos sentir seguros, cómodos para deshacer los nudos que tenemos dentro y que nos impiden sacar aquello que nos consume. Kind Words solamente busca eso, crear un remanso de paz donde sentirnos seguros, para tranquilizarnos o para desahogar lo que hemos reprimido, esbozar una sonrisa o llorar en paz. Es una zona segura, una habitación a prueba de toxicidad y ausente de toda malicia donde no se le niega el paso a nadie. Un lugar en el que sentirse aceptado, comprendido, menos solo, y donde ayudar a que los demás también se sientan así, todo con un gesto tan sencillo como dedicar unas palabras amables.
