
Otro domingo más, la semana está por acabar y aquí estoy yo, en la primera posición de la parrilla de Pine Hills Raceway, sentado en el asiento de mi stock car amarillo y negro con el dorsal #01 al costado. Después de tantos años al volante, una mezcla entre memoria muscular e instintos se instalan en mi cerebro cual programa de Windows en los instantes antes de la carrera. El circuito bien me lo sé —fácil, tres curvas a izquierdas separadas por dos largas rectas y otra más corta, describiendo un trazado óvalo típico de Norteamérica—, pero tengo que volver a acostumbrarme al manejo del bólido y a recordar los puntos de frenada. Echando un ojo al resto de mis contrincantes llego a reconocer a muches, aunque a quién quiero engañar, estoy intentando identificar a alguien en concreto que espero que haya clasificado mucho peor que yo. Están los de toda la vida: mi hermano Aarón en su carro lila-amarillo y diferencio una forma azul perteneciente al buga de mi amigo de la infancia Alex. También cuento a otros con menos experiencia, como Américo con un estilizado coche celeste y blanco o Sara en uno violeta al completo. Si repaso todas las posiciones, conozco o he conocido en persona a todes salvo a dos, aunque les considero cercanes tras haber compartido tanto sobre el asfalto. Una es Suicide Squad, la compatriota española, y el otro es Learner Driver en su vestimenta amarilla. Siempre consigue ser el protagonista, aunque no en positivo. Por si os lo estáis preguntando, sí, es a él a quien intento situar. Creo que me da tiempo a explicaros su peculiar trayectoria mientras esperamos a que el semáforo se encienda en verde.

Realmente no se sabe mucho de su pasado ya que ninguno de los manuales de las dos primeras entregas de Destruction Derby lo especifica, tan solo aclaran que compite bajo bandera irlandesa. Fijándonos en su diseño nos queda claro eso de “eran otros tiempos”. El acoso no se penalizaba tanto como ahora y con una clara intención por denotar que este personaje se tenía que percibir de forma negativa, en el primer juego vemos cosido en su mono la frase «I am an idiot» y en el segundo lleva pegado a la espalda un folio en el que se puede leer “Kick me”. Un detalle que considero de bastante mejor gusto es que en ambas ediciones se vislumbra la famosa L que te señala como conductor novel en su pechera o en los brazos. Mis conclusiones son que a este tío le va ese tipo de morbo infantil al observar coches estrellarse. No se pierde un espectáculo de Monsters Trucks y disfruta como el que más de ese porno a cámara lenta de metal, caucho y cristales por los aires que se podían degustar en los accidentes de Burnout o los FlatOut. Doy por sentado que. si mi familia me llevaba a estadios de fútbol o a pabellones a apoyar al Estudiantes cuando era niño, a él le llevaban a ver espectáculos de esa disciplina que nunca llegamos a creernos que sea cierta: Demolition Derby. Lo es.
Con estos antecedentes, Learner Driver —nombre: Learner; apellido: Driver, entiendo— se lanza al asfalto para deleitarnos con una de sus actuaciones. Y es que, efectivamente, en todo este rato girando el cuello —muchos caballos de potencia pero no les pusieron espejos retrovisores— creyendo que lo encontraría en las últimas posiciones, no se me ocurrió echar un vistazo a mi izquierda, por la ventanilla del piloto. Ahí está él, impasible a mi lado, colocado en el cajón de la segunda posición. No puedo dejar de mirar el reflejo de su cristal, que me devuelve la imagen de mi cara que parece preguntarme “Está claro lo que va a hacer él. ¿Tú?”. El incremento del rugir de los motores me pilla desprevenido, ya solo faltan unos instantes. Sacudo la cabeza intentando ignorar u olvidar su presencia y antes de fijar mi atención en el semáforo repaso los primeros metros de la pista, maquinando por donde trazar la primera curva y su pronunciado peralte para centrarme. Apenas me da tiempo de suspirar para liberar tensiones cuando por la megafonía se oye eso de “Drivers! Start your engines!” Aprieto el acelerador a fondo, aún en punto muerto, mientras el speaker protagoniza los segundos más largos de mi vida.

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Los primeros metros en paralelo con él van bien, cada uno manteniendo su línea. No es momento de despistarse. Cuando menos lo espere, hará de las suyas. La inoportunidad no tarda en darme la razón. En efecto, en los próximos instantes ocurre lo inevitable. Llegamos al primer giro y su coche empieza a serpentear levemente de derecha izquierda, hasta que noto un golpe en la parte trasera. Volanteo y consigo no perder el control, encarando el nuevo tramo recto más lento de lo que me gustaría por el percance con nuestro amigo, al que pierdo de vista —repito, malditos coches sin espejos—. No veo lo que le ha pasado a Learner Driver, pero el estruendo del crujido del metal al retorcerse y de los golpes al volcar no auguran nada bueno. Debo pasar página, he perdido un par de posiciones con Andrés y Aroa. Aprieto el volante, toca volver a centrarse. Después de los dos saltos, en los que no arriesgo con el acelerador y las dos curvas de 90° apurando el muro interior, encaro la recta principal a medio segundo del de delante, calculo. Podría colocarme en su rebufo, pero quiero estar atento a cualquier obstáculo que estorbe en la primera curva. Freno más de la cuenta, por si acaso, y para el bien de mi salud mental, el camino está libre. Me da tiempo a fijarme en que Leti ha sido la peor parada del accidente y su techo descansa en el césped, fuera del circuito. Ha debido de deslizarse boca abajo por el peralte hasta parar allí. Lo siento por ella, pero que no haya más rivales varados por esta sección de la pista significa que no me puedo relajar. Learner Driver continúa en la carrera.

Ese es el detalle que hace que las carreras en Destruction Derby 2 nunca se puedan dar por concluidas hasta cruzar la línea de meta por última vez. Un giro completo en los distintos circuitos no dura más de un minuto. En ese tiempo y con 20 coches compitiendo en trazados tan cortos, da como resultado que cuando encaremos una curva no sepamos a ciencia cierta qué nos depara al otro lado del vértice. Es decir, durante el trayecto, además de atacar o defendernos de los rivales directos, estaremos atentos de esquivar algún coche con las ruedas mirando al cielo, con el morro siendo pasto de las llamas o maniobrando, cruzando la pista de lado a lado —la seguridad en la competición no estaba tan avanzada como ahora. Mejor dicho, no estaba—. Para colmo, si se nos da bien iremos alcanzando a contrincantes con vuelta perdida que se defenderán con todo —¿Banderas azules que obligan a dejarse pasar por los lideres? ¿Qué?— Así, la rejugabilidad del juego goza de una buena salud y repetir el mismo circuito una y otra vez no pierde emoción. Hablábamos de doblados, den por supuesto que uno de ellos será él.

Tras 5 vueltas, he recuperado la posición y llevo un par de ellas rodando en solitario. Me siento con confianza al volante y los pocos contratiempos los he ido sorteando sin perder demasiadas décimas. Empiezo a pensar que los rivales más peligrosos se han chocado, pero cuando supero la última de las dos escuadras y me coloco en la recta principal, vislumbro a alguien por mitad de esta. Efectivamente, toca doblar a Learner Driver. Llego al ya famoso primer giro unos metros detrás de él, los suficientes como para que me dé tiempo a maniobrar ante cualquier imprevisto. Haciendo gala de su característica conducción errática, se acerca a un coche parado en medio del recorrido de cuyo morro asoma un humo negro. Antes de que sea demasiado tarde, él gira bruscamente a la derecha, esquivando el inconveniente, pero topándose con el muro. No es un golpe a mucha velocidad. Le cuesta algo de salud mecánica de su vehículo, al cual se le nota que ha sufrido más de un impacto, pero el contacto con la barrera le coloca bien para el siguiente tramo. Eso sí, ha perdido potencia y no puedo evitar colocarme en su lado izquierdo en la salida de la curva. Es mi oportunidad.
Viene el primer brinco, en el que más distancia en el aire recorremos. A pesar de que voy más rápido, ambos nos acercamos al punto de despegue muy parejos, respetándonos de momento. Todos mis sentidos en alerta. El morro amarillo de Learner Driver empieza a serpentear de nuevo, levemente, aunque incrementando el recorrido del vaivén con su avance. A falta de pocos metros de la rampa que describe la carretera antes de lanzarnos por los aires, en su incesante intento de mantener el control, su lateral se acerca peligrosamente al mío. Yo reacciono virando hacia la izquierda, pero justo cuando las chispas están por saltar, él tuerce bruscamente el volante, separándose de mí a cambio de perder el vehículo. Consigo colocar el coche recto a escasos centímetros del salto. He perdido velocidad así que el contacto con el asfalto al caer no será muy agresivo. Tonto de mí, me he confiado y ya había pasado página. Lo que viene a continuación va a doler. Con las ruedas delanteras en pleno despegue y preparado para el subidón de adrenalina del brinco, recibo un fuerte impacto en la parte trasera derecha que me hace virar por completo. Me estremezco en mi asiento, notando como los cinturones de seguridad me comprimen el cuerpo. Recupero la sensatez y me doy cuenta de que estoy volando de lado. La peor manera de afrontar un aterrizaje.

Después de unos segundos frenéticos, consigo recobrar el sentido para mirar al frente, pero la manilla de mi brújula mental todavía está girando alocada. Tardo aún más de lo que me gustaría en darme cuenta de que estoy mirando en dirección contraria. En cuestión de milésimas, compruebo que el coche responde a lo que le pido y giro el volante a todo lo que da para volver a la competición cuando, como en aquella escena de 300, mi alrededor oscurece de pronto. Miro hacia arriba a ver que ha eclipsado el cielo y descubro la poca agraciada parte de debajo de un vehículo. Puede que solo haya tenido un segundo de consciencia posterior a haber perdido el control en el aire y de nuevo toca contraer todos los músculos del cuerpo, esta vez sirviendo de pista de aterrizaje para mis rivales. Tras instantes que parecen eternos, en los que no soy capaz de discernir nada más allá de los espectros borrosos a gran velocidad que golpea el bólido una y otra vez mientras mi entorno gira sobre sí mismo, me encuentro en medio del circuito, cerca del siguiente salto, bocabajo . El motor al descubierto emitiendo una espesa humareda negra y la rueda arrancada descansando próximo a donde se supone que tiene que estar colocada anuncian el final de la carrera para mí, la cual iba liderando sin demasiados apuros.
De repente y después de un extraño silencio, el ruido de un coche se aproxima, no a alta velocidad. Enfoco y espero distinguir a través de las llamas de quién procede ese rugir de gasolina. Adivino unos tonos amarillos que pasan a no mucha distancia de mi malogrado capó. Cuando sigo con la cabeza su sonido, puedo confirmarlo. Learner Driver ha vuelto a hacer de las suyas. «Race Over».

Destruction Derby, en concreto su segunda entrega, consiguió ser un juego que se sentía vivo. Su motor de físicas y conducción bastante apañados para la época ayudaban a mantener la emoción en todo momento. Sus contrincantes, y en especial ese tan señalado en este texto, regaban de interés y misterio cada circuito, creando un sistema procedural que sembraba posibilidades de que una curva fuese distinta durante la consecución de las vueltas. Puedes ser rápido y hábil, que si un che maniobrando en plena recuperación se echa sobre ti quedas indefenso. Por último, sirvan estos párrafos como carta de reconocimiento hacia ese personaje al que se pretendió señalar desde su creación como el torpe y el malo. A él es al que más recordamos y al que más cariño le hemos cogido del plantel. Porque podrá destrozarte y arruinar tu progreso, pero no es a propósito. Es como cuando tu gato araña el sofá o hace cualquiera de sus trastadas: maldices sin que nada cambie. Simplemente, es así.
